14/6/10

Banderas victoriosas 11.

 

11.

El Ingeniero no había perdido el tiempo, todo hay que decirlo. No había vuelto a ver a Bocanegra desde que llegaron al campo, y se dedicó a localizarlo sin llamar la atención; cosa no tan fácil, aunque fueran varios miles de prisioneros, no sabía cuántos. Se decía que era pura curiosidad, que el cura le había despertado el interés por el personaje. Bueno. en todo caso, pasara lo que pasara, nada perdía con tenerlo controlado; al menos, saber en qué barracón estaba.

Y lo localizó. Quieras que no, era perro viejo y conocía a mucha gente. Lo que no quería era cruzar con él ni una mirada. Quería olvidar lo del tren. Todos querían olvidar aquel viaje en tren, cuando no eran hombres; pero él tenía sus propios motivos. Prefería concentrarse en que el tal Bocanegra era un exponente de lo peor del lumpen, recordar cuando él mismo había estado a punto de pegarle cuatro tiros. También intentaba recordar cuando él –Méndez- era un proletario consciente, o sea, que tenía consciencia de clase y leía libros y tal. Aunque verte a tí mismo como proletario consciente mientras ayudas a un cura a decir misa y tratas de borrar de tu mente en qué barracón está un tipo concreto, no es tan fácil como parece. También es verdad que sabía de sobra lo que le podía pasar si cantaba y alguien se enteraba. Eso era una ayuda, claro: puestos a morir, prefería morir ante el pelotón de fusilamiento y quedar bien, que ahogado por la noche o vete a saber cómo, como mueren los bocazas. El cabrón del páter parecía que le leía el pensamiento mientras le ayudaba a quitarse la casulla.

-- A ver, Ingeniero, si tienes canguis de que alguien se entere, yo me encargo de que te trasladen lejos, a un batallón de trabajo, a la otra punta de España, a Cádiz, por ejemplo.

Méndez no tenía familia. Cuando empezó la guerra tenía veintiséis años y no había llegado a casarse; ni siquiera tenía novia. O sea, novia, novia. Sus padres habían muerto en un bombardeo, que ya es mala suerte; pero eso le dejaba libre y le hacía más fácil tomar decisiones decentes. Sin familia, es más fácil mantener cierta dignidad: no piensas en tu mujer ni en tus hijos. No tienes esa necesidad de volver a ver a alguien, de preocuparte por ellos, por si tendrán para comer, por si tu mujer tendrá que hacerse la encontradiza con alguno para sacar unos cuartos o algo de comida para los niños… En su caso, no tener hijos le permitió decidir que no les iba a dar ese gusto. Si tenían que fusilarlo, que lo fusilaran; pero no podrían convertirlo en un traidor, en un puto chivato. No era por Bocanegra, era por él mismo, por su honor.

Tomó su decisión. Iba a callarse.

3 comentarios:

  1. Pues espero que no lo imite usted.

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  2. Yo a alguien que le abre el culo con una navaja a una chiquilla en contra de su voluntad, más que delatarle lo mato yo; y además sin ahorrar en crueldad.

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  3. Portorosa, desgraciadamente, soy incapaz. Ni debajo del agua.

    Folken, pienso lo mismo, pero es que nosotros no hemos hecho una guerra, ni cierto viajecito en tren.

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