12/11/09

El búnker de Conil (IX)

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A la hora de cenar, el sargento Cano sacó de su petate tres latas de sardinas y una botella de vino casi llena. Se las alargó al cabo Expósito. Los otros ocho fusileros, Felisardo, Galindo, Montoya, Pupi, López, López bis, Ascanio y Martínez, estaban sentados en los catres perdiendo el tiempo con aire muy activo.

-- Vamos a hacer una fiesta. Las tenía guardadas para hoy, que es mi cumpleaños.

-- Felicidades, mi sargento.

-- Venga, a ver, ¿qué guarrería nos han traído hoy los rancheros?

Uno de los soldados acercó la perola con la cena. Nada apetitosa, la verdad. Cada uno cogió su medio chusco de pan y su jarro. Expósito abrió las latas de sardinas y echó su contenido en un plato de peltre, cuidando de que cayera hasta la última gota de aceite, que las sardinas en aceite tienen mucho fósforo.

Comieron en silencio, rebañando con el pan hasta dejar el plato reluciente. La verdad es que las raciones del Ejército eran muy saludables para prevenir la obesidad entre la tropa.

-- Mi sargento, este vino está de puta madre.

-- Nos ha jodido, es de la cantina de oficiales. Así que bebéroslo despacio, que no vais a catar nada mejor en lo que os queda de mili.
La verdad es que el sargento Cano había pensado redondear la jugada trayéndose a una chavala para que los chicos pudieran desfogarse un poco, que los pobres se le estaban matando a pajas. Pero había tenido que desistir. Su amigo de Intendencia se lo había dejado claro.

-- ¡Puff…! Ni lo sueñes, Canito. Para conseguir putas te tienes que ir a Barbate. Ahí, en Conil, no tienen.

-- No me jodas.

-- Lo que yo te diga. Y suerte tenemos que no anda por aquí la Legión, que, si no, ni en Barbate.

Así pues, desistió de la idea; cosa que, en el fondo, agradeció, que tampoco andaba sobrado de dinero, y una cosa era atender las necesidades de la tropa y otra enfrentarse a la indigencia.

-- Los lejías si que controlan estas cosas. ¿Sabes que la Legión Francesa tiene una cosa que son los B.M.C.?

-- ¿Bemecé?

-- Burdel Móvil de Campaña –explicó el brigada de Intendencia con aire suficiente- Esos tíos son la hostia.

-- Joder, sí.

Estas cosas, y otras peores, las recordaba el sargento Cano mientras echaba un pitillo en la playa, junto al búnker. A su espalda, oía cantar a los chavales. Ahora cantaba Montoya. El tal Montoya era un punto de cuidado, de la misma Isla. Absolutamente refractario a la disciplina militar y acreedor permanente de las legendarias hostias del sargento Cano. Pero, bueno, se le perdonaban muchas cosas por su acreditada habilidad para encontrarse por ahí, de puta chiripa, claro, cosas de comer, por lo general con plumas. Y la verdad es que cantaba bien, y cocinaba mejor con los pocos recursos a su alcance. Ahora, después de varios rumba la rumba la rumban ban, se estaba arrancando por bulerías. Bueno, el sargento Cano, que era –digámoslo de una vez- de Segovia, no entendía mucho de Cante, pero podían ser bulerías perfectamente. Además, el Montoya había revelado tener una puntería de la hostia. Y eso lo respetaba mucho el sargento Cano, a la gente con buena puntería.

1 comentario:

  1. Esto me trae recuerdos familiares, la parte de la jarana digo.
    Antes de que digas nada, si maestro he estado retirado pero nunca es tarde si la dicha es buena ¿no?

    No entiendo porque no me deja firmar, demasiados cambios en mi ausencia.

    Fdo: Jovenpadawan

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