2/11/09

El búnker de Conil (IV)


El relato entero en el almacén de la barra virtual

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-- …Así que… lo dicho. Estar atentos que nos pueden dar el susto en cualquier momento. A ver, preguntas.

El capitán De la Cuesta se echó las manos a la espalda y los miró con el pitillo en la boca. El sargento Cano tenía preguntas, pero era consciente de que era sargento y que tenía dos tenientes y dos alféreces por delante. También era consciente de que todos sabían que había estado con el capitán en Rusia y no quería que por eso pareciera que se saltaba el tema jerárquico. Miró de reojo a su teniente, Martínez. El teniente Martínez carraspeó.

-- Dime, Martínez.

-- Mi capitán, el búnker de ahí abajo… –miró al sargento- donde está el pelotón de Cano, está ahí solo… Vaya, que no tiene cobertura.

-- Ya, ¿y?  Se supone que Ingenieros tiene previstos dos nidos de ametralladoras que crucen fuegos con ellos.

-- Sí, mi capitán, pero van a tardar un huevo en hacerlos.

El capitán De la Cuesta lo despachó con un ademán impaciente que venía a significar: “hacedme preguntas que yo pueda contestar, no me vengáis con gilipolleces.”

El teniente de la sección de armas –Ortiz- se acercó al plano que había en la mesa, con las defensa marcadas y lleno de signos con lápiz azul, según se iban completando. Hizo un gesto con la mano hacia el Oeste.

-- Mi capitán. Lo que yo digo es… ¿qué coño van a hacer los americanos y los ingleses desembarcando por el Estrecho que lo tenemos todo fortificado? Yo, la verdad, desembarcaría por Huelva, que no hay nada de nada.

-- ¡Hombre, Ortiz!, ¿te han ascendido a general y no me lo has contado? ¿Ha hablado Vuecencia con Capitanía? ¿El Caudillo sabe todo esto que me está contando Vuecencia?

-- Joder, mi capitán…

-- Vamos a ver: yo soy un capitán de Infantería. vosotros sois los mandos de mi compañía. Tenemos asignado un sector, un sector de compañía: pequeñito. si os digo que me hagáis preguntas, se entiende que digo preguntas que yo pueda contestaros. Preguntas de lo que nosotros tenemos que hacer, que no es poco. Si quieres, le escribes una carta a Franco, o le mandas un telegrama, y que te conteste él.

El teniente Ortiz se calló. Ahora, ya, el sargento Cano pensó que podría preguntar él.

-- Mi capitán, ¿se sabe algo de los de Intendencia? Lo digo por las botas. Los chavales las llevan de tercera vida y van que da asco verlos.

-- He llamado al capitán Hontoria, el de Intendencia, esta mañana y me ha jurado por sus muertos que llegan esta semana. –Hizo una mueca que significaba: “¿más cosas?” – Cano le miró significativamente, pero no dijo nada.

-- Mirad. Lo que está claro es que no pueden pasar el Estrecho tranquilamente, que es lo que quieren. Para eso están las baterías del treinta y ocho con uno en Punta Paloma, que son nuestra baza principal. Así que tendrán que desembarcar, porque hasta que no las tomen no pueden pasar. Para eso estamos nosotros aquí: para que no desembarquen.

El teniente Ortiz, como vio el tema distendido, volvió a lo suyo:

-- Sí, mi capitán, pero como desembarquen por Huelva, que es lo que yo haría, se plantan en Despeñaperros en un pis pas.

-- Sí, hombre, y, ¿qué se les ha perdido en Despeñaperros?

-- Nos copan. Nos cortan las comunicaciones con el Centro…

-- Vale, Napoleón. Venga, señores, a trabajar.

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