Travnik
Esta carta fue enviada en la primavera del año 1.186 por Mehmet Bajá, alto funcionario al servicio del Visir en Travnik, a su amigo Selim bey, de Mostar.
"En el nombre de Dios, el Compasivo, el Misericordioso.
Que Él te mantenga la salud a tí y a los tuyos, querido amigo. Te envío esta misiva por conducto de mi fiel Rasim, que seguirá camino hasta Dubrovnik con un encargo mío. Volverá a pasar por allí de regreso a Travnik, así que, si lo deseas, puedes entregarle tu respuesta a su vuelta. Como sabes, es hombre fiel, sordo, ciego y mudo.
Los tiempos están cambiando, querido amigo, y cosas que nos hubieran parecido extrañas en otro tiempo, son hoy hechos a los que nos hemos llegado a acostumbrar. Sigo intentando ganarme la confianza del Cónsul francés, que lleva tiempo aquí; pero desconfía, desconfía... El hombre está tan desorientado, todas nuestras costumbres le parecen tan bárbaras, que parece haber adoptado como norma el pensar que todos esperamos cualquier oportunidad para ponerle en un aprieto. En parte, no deja de tener razón, pero, si supiera lo que hablan de él en el bazar, seguramente perdería su aire imperturbable.
Yunnuz Bajá ha regresado hace unos días de Split y está muy impresionado por el Ejército francés. Tuvo una entrevista con el mariscal Marmont y éste le obsequió con una demostración de sus tropas. ¡Ay, Selim!, esos soldados que están conquistando el mundo son un ejército de verdad: están encuadrados en unidades regulares, obedecen a sus jefes, y sus jefes obedecen en todo a Napoleón. Lo que nos hicieron en Egipto, podrían hacerlo aquí, si Napoleón y el Sultán, a quien Dios nos conserve, no se hubieran puesto de acuerdo contra los ingleses. Pero, si no le fuéramos útiles por eso, sería para ellos un paseo apoderarse de toda Bosnia: los cristianos los recibirían con los brazos abiertos. Los serbios, fíjate los problemas que nos dan; imagina si tuvieran la ayuda de los franceses. Ahora, creo yo, Austria es nuestra aliada sin quererlo. Si no anduvieran en guerras unos con otros, ser´riamos el pastel que se acabarían repartiendo sin demasiado esfuerzo. En este sentido, la alianza de Napoleón con el Zar de los rusos me preocupa. Selim: somos la presa que todos codician y sólo eso nos permite seguir manteniendo la apariencia del Imperio.
La Sublime Puerta ya no da miedo a los cristianos. Somos una pieza en el gran juego de las potencias. Tenemos muchas tierras, ricas, pobladas; somos refinados, pero ya no somos fuertes. A duras penas conseguimos mantenernos entre revueltas constantes. La gente con cierto poder (con más que yo, en todo caso) parece vivir en un sueño; creen que degollar de vez en cuando a unos cuantos campesinos serbios es ser poderoso, y eso no cuenta en el concierto de las naciones.
Los más viejos, el propio Visir, desprecian a los extranjerros, dicen que, si Dios quiere, Napoleón pasará, como otros antes que él, y es cierto; pero nosotros también. Los viejos tiempos ya no volverán. Tenemos aquí, en Travnik, un cónsul francés, y otro austríaco: son enemigos, se odian entre sí porque sus países están en guerra, pero en el fondo están unidos contra nosotros. Entre sí se reconocen, tienen las mismas costumbres, se entienden mientras que nosotros seguimos sioendo algo incomprensible. Ellos aprenden de nosotros, quiero decir, que se enteran de lo que pasa y se lo cuentan a sus Gobiernos... en fin, yo leo sus cartas, claro, pero no puedo retenerlas todas.
También nosotros deberíamos aprender de ellos. Hay que hacer algo, querido amigo. Debiéramos aprovechar de algún modo estas guerras de los cristianos, que nos dan tiempo y, con la ayuda de Dios, aprender. Sus estados funcionan, son prósperos y poderosos, al contrario que nosotros, y nosotros podemos hacer lo mismo, que no somos tontos. Si ya una vez fuimos el terror de todos ellos, no veo por qué no podemos volver a serlo. Aunque yo me conformaría con menos; sencillamente con que nos respetasen.
En Egipto quedó claro que no podemos luchar contra ellos. Yo aprovecharía el interés de Napoleón por ganarse al Sultán, a quien Dios proteja y dé prosperidad, para enviar representantes a su corte. Enviaría a jóvenes seguros a Francia, para que aprendiesen cómo se gobierna un Estado moderno. Fíjate en los ingleses: su imperio se basa en el comercio, sus comerciantes van por delante de sus soldados. En cambio nosotros, y que Dios me perdone, convertimos a los comerciantes en nuestros enemigos, porque les sacamos la sangre y les obligamos a engañarnos. Lo mismo con los campesinos. No podemos vivir sólo de expoliar a los pobres, porque de ese modo ellos se levantan contra nosotros y tenemos que pacificarlos, y para eso necesitamos levantar tropas; para levantar tropas, necesitamos más dinero, que sacamos de nuevos impuestos, que provocan nuevas rebeliones... es la serpiente que se muerde la cola. tenemos que comerciar, como hacen los ingleses, y tener un ejército como tienen los franceses, que no haya que estar comprando a cada rato. Si no fuera por mis mamelucos, los que me traje de Egipto, te digo que no sé si me atrevería a salir a la calle.
Lo peor es que, si no actuamos en este sentido, tarde o temprano, unos y otros acabarán sus guerras y empezarán con nosotros. Quisiera evitarlo, con la ayuda de Dios y en la medida de mis pobres fuerzas; pero veo que despreciamos toda novedad como algo fastidioso, cuando no diabólico; que estamos replegados sobre nosotros mismos, sin interesarnos lo que ocurre fuera; que somos bien cortos de miras, pues sólo nos movemos por el propio interés, y por ganar un poco hoy derrochamos lo que podríamos cosechar mañana o pasado mañana. Estamos desunidos, y nos aliaríamos con el mismo Satán (que Dios me perdone) con tal de hacer daño a nuestro vecino, aunque luego nos arrastrase al infierno. Tenemos mucho trabajo, pero un trabajo cuyos frutos no veremos ni tú ni yo. Estoy hablando demasiado, querido amigo. Queda con Dios. Que Él te colme de bendiciones."