Ayer, hablaba con un amigo, que ha sido profesor muchos años (aunque posee una nada despreciable cantidad de otras habilidades, entre ellas la de apicultor) de las consecuencias de la crisis. Hoy hemos seguido durante el cocido del Ávila. Como ya hemos vivido unas cuantas, estamos bastante poco preocupados (ni siquiera nos preocupa la campaña de marketing del nuevo libro de Pilar Urbano). La primera consecuencia que se nos vino a la cabeza es la enorme cantidad de chavales del barrio que hace unos años dejaron los estudios porque colocando pladur se ganaba mazo pasta y ahora se encuentran en la puta calle y sin saber hacer la o con un canuto.
Vale, existen los cursos del INEM (algunos muy buenos, como el de técnico de frío de la Comunidad de Madrid, por ejemplo) pero a estos chicos, a la mayor parte de ellos, no los veo yo. A alguno sí, pero a la mayor parte, no. Los conozco desde que eran pequeños: ningún estímulo en casa, ejemplos poco edificantes por lo general... Se subieron al carro del dinero fácil y ahora se les ha acabado. Su capacidad de adaptación es tan reducida como su autoestima. Lo peor es que no ven el problema; sólo ven que se les ha acabado el curro y que no pueden tirarse la pasta por encima como hasta hace poco.
Un buen indicador de la situación económica y laboral del país, lo tenemos en una cosa que publica el INEM y que se llama "catálogo de ocupaciones de difícil cobertura", que incluye las profesiones u oficios para los que se puede contratar a un extranjero sin hacer previamente la oferta de empleo a través del INEM. Su seguimiento es muy ilustrativo: hace un par de años, figuraban en él todas y cada una de las ocupaciones relacionadas con la construcción y la hostelería que se os puedan ocurrir. Este trimestre no queda ninguna.
En cambio, aparte de diversas especialidades médicas y de enfermería, que siempre están ahí, el grueso del contenido del catálogo a día de hoy lo constituyen puestos cuya cualificación se consigue a través de la FP, que también siempre están ahí.
Este es uno de los problemas de España: que no tenemos término medio. O universitarios, o peones. Algunas de las empresas punteras en desarrollo de alta tecnología, desde sistemas de guiado para misiles, hasta fibra de carbono, son españolas. Y hay una enorme cantidad de mano de obra poco cualificada, o centrada en sectores muy concretos (la construcción, por supuesto), pero cojeamos en lo de enmedio.
La situación actual de crisis (y, sobre todo, de psicosis de crisis fabricada por los medios de comunicación) debería ser una buena oportunidad para explicarle a la gente, en especial a la gente joven, dónde está el trabajo. (¿quién se ha llevado mi queso?) Para dejarse de experimentos educativos que se han revelado tan tóxicos como las recetas económicas del Fondo Monetario Internacional y establecer un sistema sólido y flexible de formación profesional, orientando a los jóvenes hacia puestos de trabajo reales.
Esa es una de las cosas que deberían hacerse si nuestros impresentables políticos no dedicaran sus energías a ponerse palos en las ruedas unos a otros y a envenenarnos con sus elucubraciones sobre la moral ciudadano-religiosa o sobre el idioma e identidad colectiva de los ángeles. (Antes F.E.N.)
Aparte de las estupideces pedagógico-burocráticas impuestas por una banda de progres incompetentes (y que nunca han dejado de pensar que el que no tiene "carrera" es un inferior) que convierten la enseñanza en una entelequia, el actual sistema educativo, tiene otros problemas graves:
Uno, por ejemplo: la extensión de la enseñanza obligatoria hasta los 16 años. No el hecho de que sea obligatorio estudiar hasta los 16 años, sino que dicha extensión se haya realizado a costa de la formación profesional. El resultado es que las aulas de los institutos están llenas de chavales, no ya de 16 sino de 18 años, que no quieren estudiar; que están esperando a terminar la ESO o a que los echen ya para trabajar en algo. Ese tiempo, que podrían haber empleado en aprender un oficio más o menos cualificado, precisamente de esos que no se cubren, lo emplean en perder el tiempo, amargando la vida a sus profesores y fastidiando a sus compañeros que sí quieren estudiar. A esos chavales se los ha condenado al fracaso por los delirios de unos pedagogos sin escrúpulos y la tontería de los políticos que les hacen caso. Al final, los más constantes, tienen que iniciar la formación profesional con años de retraso. (Lo que viene muy bien para disminuir las estadísticas del paro)
Otro: sobre todo en las grandes ciudades, la masiva llegada de alumnos inmigrantes. Con los inmigrantes hay dos situaciones distintas. Los que provienen de países del Este, suelen tener un nivel académico equivalente (o superior) al de los alumnos españoles; su problema es el idioma y se resuelve con cierta rapidez.
Los que provienen de países sudamericanos, del Magreb, del África subsahariana o de Asia (al menos en Madrid, los dos primeros, sobre todo) pueden tener o no el problema del idioma, según su procedencia; pero lo que sí tienen en la mayoría de los casos es un nivel académico muy inferior; ya sea porque el sistema educativo de su país no es equiparable al nuestro (para la clase menos favorecida, que es la que tiene que emigrar), ya sea porque, sencillamente, en su país habían dejado los estudios tiempo atrás y aquí es obligatorio estudiar (bueno, ir al colegio).
En vez de manejar el problema de una forma racional, adaptándose a la situación, se ha optado -sencillamente- por colocarlos por las buenas en el curso correspondiente a su edad, sin tener en cuenta en absoluto (supuestamente, sobre el papel, sí; en la realidad, no) su nivel. Eso, en buena parte de los institutos de Madrid, ha colapsado el sistema.
Como encima es un asunto del que está prohibido hablar, porque es políticamente incorrecto, se ha optado por esconder el problema debajo de la alfombra y dejar a los profesores solos ante el peligro para que se las apañen como puedan. Es muy cómodo tener un profesor para que le echen la culpa.
Otro: encomendar la gestión del sistema educativo a una burocracia clientelar del partido político en el poder en cada comunidad autónoma o reino de taifas, cuyos miembros no suelen tener ni puñetera idea de nada relacionado con la educación, aunque sean expertos en lealtad a los intereses electorales de su caudillo local.