29/12/07

El centro del estropicio

Estoy vago, así que cuelgo esto con un par de días de retraso. De hecho, lo hago para provocar la sabia intervención de Piolet que, sin duda, nos ilustrará.

Se han cargado a la Benazir Bhutto. Piolet me ha mandado este mediodía un mensajito para adelantármelo, justo cuando de mis labios salían las siguientes palabras: "la avaricia rompe el saco". Tengo testigos. Aunque uno sea racional y cartesiano, es presciente.

Pakistán no nos inquieta por esnobismo, sino porque es el centro de todos los estropicios mundiales. Ahora, el recambio trabajosamente trabajado de Musharraf a base de pasteleo Bhutto-Sharif, se le ha ido al pedo a Bush hijo y sus genios. El ISI autónomo sigue fomentando el caos mundial para mantener sus negocios. Guay.

No obstante, todo Asia Central sigue pareciendo un objetivo lejano cuya única función sería que los así llamados analistas (parece que últimamente hay que llamarlos "observadores") se ganen el sueldo sin excesivo esfuerzo. Total, a nadie le interesa lo que pasa allí en cuanto deja de ser noticia de primera plana.

No es así. Es el centro del problema, mientras Palestina, a estas alturas, no es más que la excusa, para desgracia de los palestinos. Cuando en Pakistán deje de haber un Estado, cosa que podría suceder en un futuro no muy lejano, Afganistán (donde ahora tienen una ficción de Estado que nadie se cree aparte de las agencias que reparten fondos y sus comisionistas) tampoco tendrá razón de ser, y los neocons habrán completado la labor de desastrización que iniciaron con alegre inconsciencia a finales de los 70.

Si no fuera por las armas nucleares que se guardan en alguna parte del subsuelo pakistaní, la cosa no sería tan grave, excepto para los propios ciudadanos de Pakistán que se habían creído que habían dejado atrás la Edad Media. Al fin y al cabo, hasta principios del siglo XX, aún quedaban un montón de territorios sin esa cosa llamada "Estado" y hoy día siguen existiendo allá donde acampan las multis petroleras y mineras. Visto lo visto, más vale adaptarse a lo que hay, amables lectores.

Nuestra seguridad (y por seguridad entiendo que una panda de colgados que dicen creer en un invento que llaman "Dios" no nos pongan bombas en los trenes) empieza en el Pashtunistán. Es algo que hay que tener claro. Y en todos esos sitios donde Estados Unidos y Arabia Saudí financian a ese su invento, Al Qaeda, llámense Kosovo, Bosnia o Chechenia, para joder a los competidores de sus empresas y diversificar los campos de entrenamiento de donde salen las excusas para cercenar la libertad de nosotros, la mano de obra barata de los países ricos.

Si viviéramos en un mundo racional, entendiendo por racional tan sólo una cierta capacidad de planificar a medio-largo plazo, digamos a unos veinte años vista (lapso de tiempo que muy a mi pesar he descubierto que no es tan largo: cuando oí por la radio que los soviéticos entraban en Afganistán, ya estaba en la Facultad). Si viviéramos en un mundo racional, digo, los ejecutivos que la gente incauta se hace la ilusión de elegir cada cuatro años para que nos gestionen por cuenta de sus amos, calcularían las consecuencias de sus actos más allá del cierre de ejercicio.
Nota bene: todo monstruo de Frankenstein (el ISI o Al Qaeda, entre otros tantos) creado para servir a los intereses del rico listo de turno, acaba, a base de ser financiado, por cobrar consciencia de sí mismo y no servir a otros intereses que a los propios. Terminator, sin ir más lejos, que se lo digan a los de Cyberdine.

25/12/07

Disfuncional


La mañana de Navidad me gusta porque está vacía. Las familias duermen apaciblemente sus resacas, está todo cerrado y no hay periódicos para el café.

Por suerte uno tiene sus recursos: el Parador no cierra nunca y me había guardado El País Domingo para esta mañana (en realidad, desde el sábado, con los festejos no he tenido mucho tiempo para leer y, como estoy enganchado a las aventuras de Marco Didio Falco, ese poco tiempo lo he dedicado a trasladarme a los bajos fondos de la antigua Roma)

Pues El Domingo de El País era muy siniestro: traía una entrevista al Juez del Olmo, otra a Imre Kertész, otro artículo sobre John Rabe (el Schindler de Nanking sobre el que -de ahí el artículo- ya hay peli a la vista), más el consabido repaso británico de Timothy Garton Ash sobre terroristas varios.

Ya me he leído todo y confirmo nuevamente que soy de Melmak. La reverencial entrevista al Nobel Kertész que, aparte la discreta publicidad de su último libro, se centra para variar en Auschwitz y el Mal, con las consabidas referencias al Gulag, por la cosa de equidistanciarse un poco, me deja frío.

Tanta explicación retórica del pasado Mal para ocultar el Mal presente, ya me cansa. Me cansa por el ejercicio de memoria selectiva (ejercicio, al fin) y porque, como siempre, se proponen como causas lo que son síntomas.

Para explicar Auschwitz, o cualquier otra cosa que hacemos los humanos, incluida mi escritura de este blog, hay que ir a la Zoología. Me quedo en la Zoología y no me remonto hasta la Física de partículas porque la controlo todavía menos y porque el discurso subsiguiente sería ya difícil de relacionar con la realidad sensible cotidiana.

Insisto una vez más a riesgo ser un plasta: Somos una banda de primates que desarrolló una serie de habilidades que la han llevado a una explosión demográfica incontrolable.

Nuestras pulsiones siguen siendo las de todo primate (como sabe cualquiera que haya pisado una discoteca o un campo de fútbol). Esas pulsiones y los comportamientos que producen, eran muy adecuados para la supervivencia de pequeñas hordas de cazadores recolectores, pero en el estado de amontonamiento en que hoy nos desenvolvemos, son bastante disfuncionales.

Cuando yo estoy trenzando mis análisis apodícticos en la barra del bar y el típico listo que ha oído hablar de cosas me dice que "las guerras son por la economía", él, por supuesto, no tiene la menor idea de lo que está diciendo. Repite su slogan para dejar sentado ante las hembras en edad fértil que es un tipo muy listo, difícil de engañar y, por tanto, de carga genética deseable de recibir.

Traduzco: las guerras entre humanos son las peleas entre grupos de gorilas por los recursos (hembras en edad fértil incluidas: por eso en las guerras se viola tanto) Lo que pasa es que somos tantos que la cosa se sale de madre. Y, como tenemos más recursos, duran más y muere muchísima más gente.

La lealtad a La Patria (grande o chica, gaita o lira), las Banderas y demás emblemas emotivos son una trasposición a escala humana de la lealtad mutua del grupo de gorilas. Yo, por lo menos, cuando estoy ligeramente ebrio y me emociono cantando En Tierra Extraña o L'Estaca (soy sumamente versátil en cuanto a mi folklore personal) sé por qué me emociono, Mahou aparte.

Las ideologías, religiones incluidas, son superestructuras inventadas para mantener la lealtad de los miembros inferiores de la tribu hacia los machos dominantes, que son, al fin y al cabo, los que se comportan como primates relativamente razonables: rarísima vez corren peligro físico con la guerra y son los únicos que se benefician personalmente de ella.

En nuestro cerebro sigue impreso que el otro, el diferente, es un enemigo potencial; de ahí que la reacción más primaria ante su presencia sea hostil.

En un mundo poco poblado, se puede evitar al enemigo. En éste hacinamiento nuestro, no. De ahí que hasta hayamos eliminado los códigos mamíferos de rendición: lo más conveniente es exterminar al enemigo, porque no podemos apartarnos de él.

Recurriré una vez más a las sabias enseñanzas de Robert Nesta Marley. Como ya saben mis amables lectores, Nesta es un schnauzer gigante. Un perro grande, fuerte, inteligente y potencialmente feroz (y, además, guapo)

Cuando dos machos con temperamento se cruzan por el campo, se tantean, se ponen un poco chulos y, por lo general, seguirán su camino echándose miradas de soslayo. Si se enzarzan, la cosa terminará rápidamente con uno rindiéndose, el otro humillándolo un poco y siguiendo su camino.

En la ciudad los obligamos a tener esos encuentros permanentemente. Ellos se pasan la vida meando para marcar el territorio y comprobando con estupor que nadie lo respeta, porque sus ignorantes amos humanos se empeñan en pasearlos a todos por el mismo sitio al extremo de una correa.

Cuando dos machos temperamentales se enganchan llevando cada uno un humano al extremo de la correa, el resultado puede ser bastante más desagradable.

Pero si les dejas a su aire, la cosa cambia. En los amplios espacios seminaturales de la Casa de Campo, la cosa es completamente distinta. Había un galgo que vivía a su aire por ahí, cazando conejos (es lo que se supone que hace un galgo) y comiendo lo que dejaban para él los dueños de un restaurante, muy majos: amantes de los perros. Era un animal bastante tímido, pero acabó acostumbrándose a Nesta, a la profesora Kraff e incluso a vuestro humilde narrador, así que venía a buscarnos. Nesta y él se hicieron amigos, se pegaban unas carreras tremendas, jugaban juntos (cosa que Nesta no hace casi nunca con otros machos) y hasta le enseñó a cazar conejos (Nesta nunca lo conseguía, pero hacía mucho ejercicio)

El galgo no era su enemigo. No tenía tribu ni humano al extremo de la correa. No competían, ergo cooperaban.

Para un perro sensato como Nesta, el galgo no era un enemigo. Pero para algún humanitario escritor de cartas al dominical de El País, constituía una disfunción inaceptable. Denunció su existencia a la autoridad (humana) competente y llegaron los de la perrera. Según me contaron, se defendió valientemente (los hijos de puta humanitarios sacaron la escena en "Madrid Directo" aunque yo, por suerte, no lo vi) pero lo trincaron para meterlo humanitariamente en una jaula y, al cabo de un tiempo, ejecutarlo humanitariamente.

Unos conocidos del servicio de recogida de animales de la Comunidad de Madrid, me confirmaron que consiguió escaparse (imagino que con la ayuda de algún empleado) y se volvió a la Casa de Campo. Por desgracia, lo atropelló un coche en la Avenida de Portugal cuando le quedaban unos metros para llegar.

Este es el mundo al que se supone que tengo que adaptarme. Me cuesta un huevo.

18/12/07

Esoqueeloqueé

Mi amigo Capazorros, el tipo más auténtico, que por sí sólo encarna los más elevados valores de la civilización, el tipo al que uno mira cuando está bajo el fuego para ver cuál es el camino a seguir, el tipo que, cuando estás a punto de hundirte en la fatiga de combate bajo el incesante bombardeo te pega una patada en el culo y te dice: "arriba, maricón de los cojones", el propio Capazorros, en suma, después de dos años de darnos el coñazo con que iba a inaugurar su bló, pues resulta que por fin y sorpresivamente lo ha inaugurado.
Es éste:

8/12/07

Intervenziya



Hace unos años, un conocido mío que, por aquel entonces, era infante de Marina, participó en unas maniobras de fuerzas de operaciones especiales de la OTAN en Cerdeña. El primer día, fueron eliminados los SEAL estadounidenses. El motivo: una prueba de patrullas en las que estaba prohibido el GPS. Ninguno de los intrépidos comandos yankis tenía ni puta idea de cómo orientarse con plano y brújula.

El dato no es baladí, qué va qué va... En cambio, es altamente representativo de nuestro tiempo. Surge una tecnología nueva que nos alivia de la ardua tarea de pensar y... ¡joder! pues dejamos de pensar. ¿Para qué voy a aprender procedimientos obsoletos para sumar o multiplicar si existen las calculadoras?

¿Y el así llamado Arte? Hace años, el amigo Piños y yo huímos de la fiesta inaugural de la exposición de una amiga escultora (al bar de al lado de la galería, obviamente) Nos acompañó otra conocida, compañera de Bellas Artes de la polipremiada expositora, pero que había escogido el más juicioso y menos relumbrante camino de la restauración. De hecho, es una de las pocas especialistas en restaurar esas pelis del año de la tana que se pudren literalmente en las filmotecas (creo que sólo lo hacen en Madrid y en Zaragotham)

La indómita restauradora nos decía que cualquier pintor menor y hoy por completo desconocido del siglo XVII tenía un dominio de la técnica que ningún "creador visual" de nuestros días alcanzaría en su puta vida. Recuerdo su encendido elogio de unas veladuras por ella parsimoniosamente rescatadas de la destrucción, debidas al pincel anónimo de un tío de mil seiscientos y pico que nadie sabe quién es.

Cuando, por aquella época tuve una conversación con cuatro o cinco creadores visuales, todos ellos licenciados en Bellas Artes, y, bajo el pérfido influjo de la excesiva cantidad de Dorado Néctar que había trasegado, incurrí en la osadía de manifestar mis opiniones polemizando con ellos y, en apoyo de mis tesis reaccionarias, se me ocurrió mencionar un cuadro de Veronés, resultó que ninguno de ellos había oído hablar en su vida de ese señor. Se tranquilizaron un tanto cuando les dije -atónito: eran de Bellas Artes- que era un pintor italiano del Renacimiento. ¿Ah, bueno! Es que nosotros en Historia del Arte empezamos con los expresionistas. (Me consta: otros a partir de Picasso)

El siguiente paso es que no saben dibujar. ¿Para qué, si nosotros no pintamos: "proponemos"?

Cuando un amontonamiento de mierda por el suelo es denominado "instalación" (y, luego, la señora de la limpieza, cual Némesis vengatriz de la civilización occidental se la lleva y la tira a la basura, ante mi regocijo y la sacra indignación de los artistas), cuando apoyar cosas en la pared es "intervenir", un sitio es un "espacio" y los que ven que el emperador anda en pelotas y se les ocurre comentarlo son (somos) unos analfabetos, unos reaccionarios cercanos a Hitler o ¡lo que es aún peor! unos putos partidarios del ¿arte? figurativo... es que... bueno, la cosa de las neuronas, los caballos y los desfiles.

Por lo visto, se trata de innovar. Por lo visto, la innovación es un valor en sí misma considerada. No sé por qué. Supongo que innovar es bueno si haces algo mejor que lo que había antes. ¡Ya está! Lo he dicho. Y juro que soy penalmente responsable de más de una imbecilidad abundante en términos como propuesta, espacio, e intervención que luego el camarada Piños se ocupó de traducir al Inglés para su ulterior publicación. (Eso sí: altruistamente - Ya lo sé, somos gilipollas)

Todo esto es fiel reflejo de la época que nos ha tocado vivir. Cualquiera puede hacer cualquier cosa y, si dices en público lo contrario, eres un facha. Mentira: yo no puedo comprarme un banco y revenderlo a la semana siguiente con pingües beneficios. Y soy plenamente consciente de que ya no subiré el Talai Shaggar por la cara chunga (aunque, por fortuna, la vida apacible que llevo ha desplazado esa hazaña de mi lista de prioridades)

Que un primate humano joven de unos veinte años te diga que todo es posible, es lógico y muy saludable, pero que un primate humano de unos cincuenta te llame facha porque se te ocurre manifestar que, como es evidente, no todo es posible y no todo el mundo puede hacer cualquier cosa, se ponga como se ponga, me resulta muy, pero que muy inquietante.

¡Vaya! Me estoy extendiendo demasiado y, además, no tengo muy claro qué es lo que quiero contar. Tengo que ayudar a mi amigo y extabernero Arturo a subir su tele nueva de 42 pulgadas a un sexto sin ascensor. (No es una ocurrente metáfora de la España actual, sino un hecho rigurosamente cierto)

Así que, resumiendo:

Mi novela: La isla del tesoro, Stevenson.
Mi cuadro: El caballero polaco, Rembrandt.
Mi música: La novena de Dvorak.
Mi peli: El hombre tranquilo, John Ford.
Mi personaje de ¿ficción?: Guillermo (Brown)

(Nota bene: transcribo estas apresuradas líneas cuando ya he cumplido mi misión de dios: doy fe de que la tele de 42 pulgadas está en su sitio. Soy la pera)

(Nota bene bis: conste que conozco artistas vivos que me gusta lo que hacen. Incluso que pondría sus piezas en mi casa si tuviera sitio y pasta)

(Nota bene tris: algunos de mis mejores amigos son gays)